Mi pequeña revancha: El (la) 26

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¿Lagunas mentales?
No se preocupe
Péguese un viajecito a la Argentina
Se las quitarán de inmediato



El (la) 26





26

Febres era un jugador incansable de 5 y 6. Los domingos que yo amanecía en la 26 era plan fijo ir con él a sellar el cuadro.
El cuadro era una serie de ovalitos organizados en dos cuadrículas, impresas en una hoja doble, con el número de la carrera en el eje X y el número del caballo en el eje Y. Febres rellenaba con bolígrafo el ovalito donde estaba el número del caballo o los caballos que creía que iban a ganar cada carrera. La marca se traspasaba con papel carbón a la hoja de abajo.
Sellar era ir a un lugar donde le ponían una estampa de autenticidad, arrancaban la copia, y cobraban. Y esta era una de las cosas que Febres y yo compartíamos a pesar de los sesenta años que nos llevábamos. A veces era él quien se desplazaba de generación, como cuando jugábamos bowling en el Atari 2600 que él me regaló.


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Febres jugaba a los caballos como jugaba, un poco porque a los Febres Nocordero nos atrae el azar, y un poco porque con lo que podría llamarse un seis, que es lo mismo que decir con un acierto grande, Febres y Lalá dieron, hacia 1950, la inicial para su casa en San Bernardino. La número 26 de la avenida Cristóbal Rojas, que entonces tenía tres habitaciones y un estacionamiento como para cinco carros, con nada menos que el cerro Ávila en la parte de atrás. Hasta entonces, y aunque estaban casados, vivieron con la madre de Febres, en un departamento en El Paraíso.

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La hyperquinesia y la habilidad manual de Febres hicieron que la casita triplicara sus metros cuadrados de construcción en 26 años. Primero fue un cuarto que hizo junto a Pp, entre la parte de atrás de la casa y el cerro, y después un anexo, construido a la izquierda de la casa, adonde Pp y Mercedes se fueron a vivir cuando se casaron, en 1978.
(En ese anexo fue donde Pp fue perseguido a principios de los ochentas).

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Uno de los primeros recuerdos que tengo de Ocseneba es de un día que ella estaba concentrada dibujando en un papelito de esos de dejar recados en el teléfono (Ocseneba es artista plástico). Casi todo el cuadrado de papel estaba cubierto de figuras hechas con dos círculos y una línea recta, así:











-¿Qué haces? -le pregunté.
-Ahorcados -me dijo, con esa eterna voz de ella, de niña de trece años.
La amé. A ella y a lo de dibujar ahorcados. Al poco tiempo me regaló uno hecho en papel maché, con una cuerdita de mecate.

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Ocseneba fue la primera mujer con quien Pp vivió después de divorciarse de Mercedes. Comenzó a salir con ella semanas después de haber regresado al anexo (de donde había huido hacía 16 años, por la persecusión).
Con su hijita del matrimonio anterior, Ocesenba traía a la familia una persona de tres años de edad: Libertad, que había nacido el 26 de julio de 1993.






















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Nada del otro mundo. Un dato pintoresco, si se quiere: Pp adoptaba una niña llamada Libertad, nacida en la misma fecha de dos acontecimientos que marcaron el campo popular en la América Latina del siglo XX* (por cierto, los dos cerca del nacimiento de Pp, el, 2 de octubre de 1953): la muerte de Eva Perón en 1952 -o pase a la inmortalidad, como lo difundió el oficialismo argentino en ese entonces- y el asalto al Cuartel Moncada en 1953, que fue la semilla de la Revolución Cubana.
Mi hija, Libertad, nació el 26 de julio. Una cosa rarísima, hacer panfletos con la propia vida (o con la propia muerte).


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El 25 de julio es el día fuera del tiempo según el calendario maya. Vaya a saber si por eso -o porque Chávez quería ponerlo el 26 pero no le salió porque el 26 era lunes- ese fue el día en que se eligieron, en 1999, los diputados a la Asamblea Nacional Constituyente en Venezuela. Una efeméride chavista no demasiado célebre, pero que bien vista fue la definitiva sentencia de demolición del viejo aparato constitucional, y su reconstrucción a la medida del proyecto bolivariano. Esa fue la última vez que Febres votó.

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El chavismo arrasó en esas elecciones. Fuimos a celebrarlo, Ocseneba, Pp y yo, en el Balcón del Pueblo. Estuvimos esperando una media hora y nos devolvimos, porque Chávez no salía a hablar.

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Cuando volvimos a casa, ya Chávez estaba hablando, exultante. Febres estaba tirado en su cama viéndolo, con el pijama que venía convirtiéndose en su indumentaria de cada día. Le di un beso en la mejilla, y llegó a esbozar una fatigadísima sonrisa.
En 75 años había votado tres veces por el ganador, las tres en los últimos ocho meses, las tres para decretar el comienzo de una revolución. Pero eso no alcanzaba para más que esa sonrisa dificultosamente dibujada: hacía tres años que lo habían botado de la tienda de electrodomésticos donde trabajó como contador por unos treinta años, y desde entonces había ido adentrándose en un peculiar espiral depresivo, que incluía la absoluta y necísima certeza -nunca comprobada, a pesar de los innumerables exámenes médicos que se hizo- de que estaba mortalmente enfermo.
(Y estaba mortalmente enfermo, de una enfermedad no demasiado común, que se llama 75 años de vida).

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El 26 de julio de 1999 a las 11.30 de la mañana Pp me despertaba. Venía de ir con Lalá a hospitalizar a Acafe, el hermano sordomudo de Lalá, que vivió en la 26 desde que el cuadro sellado les permitió la compra de la casa. Lo llevaron a él, porque él sí que estaba bien enfermo. De los intestinos, creo, porque andaba con un par de sondas colgadas desde hacía un par de años. El pobre carajo, aparte de que no hablaba ni oía, olía mal.

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Pp me había pedido que no me quedara durmiendo hasta tarde, como es ley si tienes 15 años y estás al comienzo de las vacaciones, o al menos si tienes 15 años, no tienes amigos y estás al comienzo de las vacaciones. Que no me quedara durmiendo, sino que me levantara a acompañar a Febres, quien en este punto estaba tan convencido de que estaba enfermo que en la noche dijo que después de Acafe lo llevaran a él al hospital, a morirse de una vez, pero con menos dolor.

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Pp no hizo ningún reclamo. Yo me apresuré a pedir disculpas, y él solamente me dijo que Febres no aparecía.
-¿Cómo que no aparece?
-No sabemos, hijo. Seguro le arrechó mucho que hospitalizáramos a Acafe y no a él, y fue a tomarse unas cervezas.

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Sentados en la mesa de la cocina, tratando de comer, Lalá, Pp y yo pensábamos en lo mismo (¿el Metro, un puente, compró una pistola en una tienda?). Entonces Pp salió con una idea más o menos descabellada que nos dio algún tiempo para ir acostumbrándonos a la otra idea, la casi certeza tormentosa que nos rondaba la cabeza a los tres.
-Eso fue que se internó él mismo en el Clínico Universitario.

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En el Clínico Universitario, Pp y yo chequeamos todos los registros de pacientes. Y claro que no. Febres no había entrado en ese hospital, ni en ninguno.

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Cuando volvimos a la 26, Lalá dormía sola en el cuarto de Febres y ella. La taquicardia, permanente, ya era parte del clima del día. Buscarlo otra vez. Había que buscarlo otra vez. Seguramente había vuelto y se había acostado a dormir, decía Pp, y trataba de pensar yo (¿las venas, cianuro, saltar desde una torre de Parque Central?).

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Nos dividimos. Yo busqué en el cuarto de huéspedes, y Pp en el cuarto. El cuarto que habían construido juntos Febres y él. El cuarto donde Pp durmió desde que se divorció de Mercedes hasta que volvió al anexo en 1996, con Ocseneba y Libertad, y donde dormí yo hasta venirme a vivir a Buenos Aires.
Y en el cuarto lo encontró.

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Nos encontramos en el pasillo y bajamos las escaleras en silencio. Hasta que no llegamos abajo Pp no abrió la boca. Y finalmente repitió, llorando: "¡Se ahorcó, se ahorcó, se ahorcó!"
Yo salí corriendo al anexo, y con lágrimas en los cachetes y un grito en el pecho pateé con toda mi fuerza un balde para limpiar el piso, que se hizo pedazos.

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Me llevó años relacionar ese espontáneo dibujo de Ocseneba en 1996, y la fascinación que me causó, con la forma que escogió Febres para suicidarse tres años después. De la coincidencia con el 26 de julio sí nos dimos cuenta al instante, más por el cumpleaños de Libertad que por cualquier analogía con la historia de América Latina, innecesarísima en ese momento.
Pero la repetición de esas dos cifras en toda la historia de la 26 me resulta inexplicable. Supongo que sencillamente se trata de números que tienen la cualidad de traspasarse, como las marcas de los óvalos cuando se llena un cuadro de 5 y 6.
Por algo a los Febres Nocordero nos atrae el azar.


*No sé cuánto se ha reflexionado sobre esa coincidencia providencial entre el campo popular argentino y cubano, que se condensa en el hecho de que el Che peleaba en Cuba llevando atado en el antebrazo el brazalete de un movimiento cuyo epónimo era también la fecha de defunción del otro ícono-mártir del pueblo argentino rebelado, Evita. Aparentemente a él no se le pasó por alto pues el primer batallón que tuvo a cargo, según Jon Lee Anderson, se llamó Los Descamisados.