Mi pequeña revancha: Nocordero Tarifado

Páginas

¿Lagunas mentales?
No se preocupe
Péguese un viajecito a la Argentina
Se las quitarán de inmediato



Nocordero Tarifado



Era Wilson, pero ya no hablaba con un susurro
Poe

[EL CONSEJO: Nocordero y Pp miran la televisión. Informan de dinero recibido, por periodistas de oposición, de organismos vinculados al Departamento de Estado de Usamérica. Nocordero comenta: si a un periodista la van a pagar para hacer lo que tiene que hacer, que es escrutar al poder, qué importa quién le pague. Pp, sin alterarse, con media sonrisa, responde: bueno, pero en dos, tres, cinco, veinte años, un día tocan la puerta de tu casa, y es para hablarte de aquel dinero, y de lo que hiciste por aquel dinero, y no la vas a pasar bien]

A  la biblioteca del Centro Internacional Miranda llegué pensando que hacía un reportaje de inmersión, como Gunter Walraff entre los turcos musulmanes. Pero no. Para nada. En realidad, si quería hacer comparaciones grandilocuentes, tendría que haber dicho que estaba, como Hernán Vera, en El Salvador, cuando grababa en los cuarteles del Ejército Nacional, como corresponsal de la Canadian Broadcasting Company, y después pasaba las cintas sin editar a la dirección de inteligencia del Ejército Revolucionario del Pueblo. Aunque también tendría que haber dicho: pero del otro lado.



[LA CIRCUNSTANCIA: Nocordero conoce circunstancialmente al editor de una revista de cierto prestigio. Al bajarse de su carro, accidentalmente arrastra la chaqueta de bluyín del editor hasta el asfalto, donde esta se pierde. Cuando se entera del accidente, Nocordero le escribe un mail, haciendo una analogía con un scout de béisbol que recibe un pelotazo del pequeño prospecto. Nocordero manda también, como ha quedado, su currículo y algunas notas, aunque el editor siempre ha insistido en que lo que lo convenció de publicar a Nocordero fue la calidad del e-mail]

En esa biblioteca leí por segunda vez a Eva. Había leído su primer libro, en el que relataba la participación de Usamérica en el golpe de Estado de 2002 en Venezuela, a raíz de una investigación que propuse para la revista donde comencé a trabajar como redactor: la CIA en Venezuela. Con datos concretos pretendía demostrar que la presencia de esta en el país era inocua, e ironizar sobre la alegada injerencia yanqui.
Claro que fue imposible encontrar  nada concreto, más allá de lo ya publicado por Eva, y remotos relatos de personas arrojadas de helicópteros. Sin embargo, a pesar del mal español, y la prosa llana y un poco fría de Eva, me devoré con exaltación el anexo de archivos desclasificados que traía el libro. Usando una nueva ley yanqui de acceso a la información, Eva hacía que, en lugar de pasar años antes de conocerse esos archivos –y así probar que monitorearon la Operación Cóndor, que tumbaron a Allende, que espiaron a Lennon, cuando ya probarlo no cambia nada–, todo se supiera apenas dos años después. Para mí era como si alguien alterara la dinámica del relato imperialista, que durante todo el siglo XX había seguido la ley de Poe: “La necesidad de conservar cuidadosamente el secreto es obvia. Si la verdad se filtrara antes del momento culminante del dénouement, el efecto buscado cedería lugar a la más grande de las confusiones”.



(haga clic para agrandar las imágenes si quiere enterarse bien)





[LA LLAMADA: Nocordero está sentado en su cubículo en un galpón del Instituto del Patrimonio Cultural, donde trabaja para la Revolución –aunque lo ignora; hasta donde sabe solo es un editor de catálogos–. Ahí recibe llamada de un conocido programa de radio, donde lo entrevistan por el primer artículo que publicó en la revista de cierto prestigio. Con un poco de taquicardia piensa que ha alcanzado alguna notoriedad]

El libro era sobre la presencia de yanqui en Colombia, y llegué a leerlo casi completo mientras esperaba por un funcionario. Habitar el Centro Internacional Miranda, tomar nota de cómo era el espacio, averiguar quién entraba y quién salía, cómo se financiaba y por qué era aparentemente tan inaccesible era parte de lo que yo tenía que hacer. Pero nada de eso valía de mucho, me habían dicho, si no lograba pedirle todos los detalles posibles a ese funcionario, y grabar todo lo que me dijera.

[LA OFERTA: Nuevamente en el galpón del Instituto donde Nocordero trabaja, sin saberlo, para la Revolución, recibe otra llamada, esta vez del editor de la revista de cierto prestigio. El editor le habla de un nuevo proyecto editorial. Una nueva revista, dijo. Trabajo fijo, bien pagado, investigaciones, crónica, dijo. Todavía no es cien por ciento seguro, pero yo diría que sí es. Hay, parece, mucho dinero]

Una base militar y ochenta puestos de control. Me quedé mirando los gráficos, con la fascinación que me producía palpar en cifras y datos eso de la amenaza yanqui, que para mí todavía mucho tenía de secreto, de fantasma, de corriente subterránea e intangible.
Estuve en eso hasta que escuché algo en el pasillo, y salí lo más rápido que pude. Encontré al funcionario. Seguí el guión que me había preparado: estudiante de Letras en seminario sobre Terry Eagleton investigando para una monografía sobre el regreso de las ideologías en el Siglo XXI. El funcionario no dijo ni que sí ni que no. Dijo que no tenía tiempo, y después de insistirle dijo que lo único que me ofrecía era ir al día siguiente a una conferencia que él iba a dictar en las oficinas de un ministerio, muy cerca de ahí. Mañana a las nueve aquí, dijo. Te vienes con nosotros y miras la conferencia. De ahí vas a sacar mucho más que lo que yo te diga aquí todo apurado.




(haga clic para agrandar las imágenes si quiere enterarse bien)




[LA DESERCIÓN: a las doce del mediodía, nuevamente en oficinas de la Revolución, llamada del editor de la revista de cierto prestigio. ¿Puedes venirte hoy mismo?, dice. Es la primera reunión. Nocordero pregunta si es indispensable que vaya. El editor dice que no, pero que le conviene estar. Nocordero consigue que un compañero firme su salida, y se escapa a la reunión después del receso para almuerzo]

Al día siguiente, a las diez de la mañana, yo grababa. Y nadie podía imaginarse para qué. Porque el hecho en sí era inocuo: un conferencista improvisado, deformando el marxismo, ante una serie de funcionarios formados en academias capitalistas; algunos visiblemente aburridos, y otros –también visiblemente– confundidos. A nadie se le cruzó por la cabeza que esa situación soporífera iba a ser el tema portada de la nueva revista de oposición: una chic, de papel glasé, con humorcito, finura y un moderado toque de irreverencia y sordidez.

[LA REUNIÓN I: mesa larga, de madera. De quienes estaban en ella, Nocordero recuerda a una jerarca de la elite cultural –la dueña de la publicación–, una muchacha y un muchacho, hijos de dos jerarcas de grandes medios privados de comunicación, el editor de la revista de cierto prestigio y un conocido periodista de política del diario del padre de la muchacha. Pero poco se habló de política. El tema principal de discusión era cómo hacer una revista que vendiera. Nocordero cree que no vio ahí a Ewald Scharfenberg, pero en el futuro le resultó tan inefable que no podría asegurar que no estuviera]

La evidencia de mi “inmersión” eran mil ejemplares de la nueva revista de oposición. La investigación hecha mintiendo y robando información ponía mi nombre en el reportaje central de una publicación a full color, de papel glasé, presentada con champaña, canapés, cámaras de televisión y jerarcas, en una fiesta privada en un local donde en mi vida me habría tomado un trago.
Un poco me mortificaba. Pero yo estaba leyendo –¿por casualidad?– Crimen y castigo, y como Rodión emprendí aquello de autoconvencerse. Primero: esto no perjudicó a nadie; si las fuentes oficiales son inaccesibles esto está justificado; Gunter Walrraff lo hizo y no es una mala persona. Pero cruzaba el límite de lo racional cuando me decía que esa portada con el lema “tetero ideológico del nuevo socialismo” –con teteros en fila, con la cara de Marx, el Che, Bolívar, Simón Rodríguez y Ezequiel Zamora– podía en algún contexto no ser ranciamente derechoso; o de que comenzar el artículo diciendo que en el ascensor siempre se montaba o se bajaba por lo menos un cubano no era más que un recurso narrativo, sin opinión.

(haga clic para agrandar las imágenes si quiere enterarse bien)




[LA REUNIÓN II: Ya está establecido el equipo. El editor de la revista de cierto prestigio queda como miembro del consejo editorial de la nueva revista, junto a un publicista y cronista de fiestas chic, y Ewald Scharfenberg, un personaje del que Nocordero poco sabe, más allá de que trabaja en un organismo llamado Instituto de Prensa y Sociedad, siglas que a Nocordero nunca se le ocurrió guglear. El periodista político queda como Director]

Pocos meses después, en las cercanías de las oficinas de la revista vi a unos metros de mí la persona que me había atendido en el Centro Internacional Miranda. Quien me había atendido, y a quien había engañado: un estudiante de sociología de mi edad, con el que tuve buenas conversaciones, y con el que llegué a compartir algún almuerzo en los días de la “inmersión”. Y fue al llegar azorado a la otra acera, adonde crucé para evitar el encuentro, cuando supe que, dijera lo que me dijera, el susurro de culpa que me perseguía por la “inmersión” me iba a acompañar mucho tiempo más, si no toda la vida.

[LA PROPUESTA: el Director entra en la oficina cuando está solo Nocordero, quien tiene más de una semana investigando una nota que no llega a ningún lado. El Director no mira mucho cuando le dice. Manipula un papelito. Tenemos la nota, dice. Pero tienes que ir (hace una pausa). No vas a ir como periodista. Vas a decir que eres estudiante. Es aquí cerca, el Centro Internacional Miranda. Lo propuso Ewald, y me parece que va a estar muy bien]

Hoy, tres años después, a miles de kilómetros de la escena del crimen, leo otra vez a Eva. Cuenta el final de la USAID en Venezuela. Veo el titular en el tuiter, y hago clic en el enlace en un pestañeo: ya soy prácticamente adicto a esas apariciones esporádicas de la corriente subterránea del relato imperialista.

(haga clic para agrandar las imágenes si quiere enterarse bien)




[LA AGENCIA: “Creada en 2002, la llamada Oficina de Iniciativas hacia una Transición–una división de la Agencia International del Desarrollo de Estados Unidos (USAID)–, que financió con millones de dólares a esfuerzos para desestabilizar a Venezuela y remover al Presidente Chávez del poder, por fin ha cerrado sus puertas luego de múltiples denuncias sobre sus actividades subversivas”]

Yu Es Eid, suena una y otra vez, a medida que leo, el nombre de la agencia yanqui que compra voluntades en países no alineados. “Promoción de trancisiones en países estratégicamente importantes de Washington”; “cambio de régimen favorable a los intereses estadounidenses”. Ninguna sorpresa con la jerga corriente en este género, hasta que “medios de comunicación vinculados al sector antichavista” me genera una cada vez más audible taquicardia.


[EL SOCIO: “En un burdo intento de esconder sus acciones, el Departamento de Estado censuró la mayoría de los nombres de las organizaciones y periodistas recibiendo estos fondos multimillonarios. No obstante, un documento de fecha julio 2008 dejó sin censura los nombres de las dos principales organizaciones venezolanas recibiendo los fondos: Espacio Público e Instituto de Prensa y Sociedad (IPYS)”]



(haga clic para agrandar las imágenes si quiere enterarse bien)


Entonces sigo leyendo el blog de Eva, entrada tras entrada. Sigo buscando, lo mismo que buscaba en la biblioteca del Centro Internacional Miranda y todavía sin saber qué es, con la única diferencia de que ahora lo encuentro. La entrada es de julio y dice: “Millones de dólares en financiamiento de Estados Unidos a medios y periodistas de oposición”.

[EL AGENTE: “El Instituto de Prensa y Sociedad (IPYS), es nada más que un vocero de Washington, creado y financiado por el National Endowment for Democracy (NED) y otras entidades conectadas con el Departamento de Estado. Su director en Venezuela es el periodista Ewald Scharfenberg, conocido opositor del gobierno de Hugo Chávez”]

Hago todo el recorrido hasta este punto, y todo tiene otro nombre. Si el autor intelectual del reportaje encubierto es socio del Departamento de Estado de Usamérica: acceso a fuentes restringidas se vuelve robo de información, sueldo se convierte en precio, inmersión se convierte en espionaje, y parece que hay mucho dinero se convierte en papá, parece que trabajé para la CIA.
Ese era el asunto del mail que le comencé a escribir a Pp. Lo descarté, para no alimentar fantasmas. También, hace un rato, empecé a escribirle al Director: “Entonces  el dato concreto que estuve buscando para la nota sobre la CIA en Venezuela estaba en el consejo editorial de la revista”. Tampoco. Lo borré hace un minuto. Y no he empezado más mails. Por ahora solamente voy a esperar a que se me pase la taquicardia para ir a ver quién acaba de golpear tan fuerte la puerta de mi casa.